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30 de enero de 2015

HL Hunley, el primer submarino que hundió un barco


Primer combate Submarino


Julio de 1863.

Un hombre posa junto a un extraño artefacto con una apariencia bastante rudimentaria.
Aunque no lo parezca, estamos ante uno de los primeros submarinos de la historia: el HL Hunley, fabricado por el ejército Conferederado durante la Guerra Civil de los Estados Unidos.

Fabricado en Alabama adaptando la locomotora de un tren, apenas contaba con 12 metros de eslora en los que debía entrar una tripulación de 9 hombres, condición indispensable ya que 8 de ellos eran necesarios para activar su mecanismo de funcionamiento: una manivela... El restante se encargaba de la dirección.
Para colmo no tenía sistema de ventilación, por lo que tuvieron que diseñar un curioso (y angustioso) sistema para no morir asfixiados en el interior.
Así, encendían una vela cuando el barco estaba sumergido y al apagarse, señal de que se había agotado el oxígeno, subían a la superficie para tomar aire.

Su botadura tuvo lugar en la bahía de Mobile, Alabama, en el mes de Julio de 1863, y desde el principio no fueron bien las cosas.
De hecho tan sólo un mes después, en Agosto, se hundió por vez primera muriendo 5 de sus tripulantes. Se da la macabra circunstancia de que al ser las escotillas muy estrechas, la única forma que tuvieron de sacar los cadáveres fue serrándolos.


No cundió el desánimo en la armada confederada
Aún confiaban en el submarino, así que lo rescataron del fondo del mar y en Octubre estaba de nuevo operativo, contando esta vez con un tripulante de excepción: su propio inventor, Horace Lawson Hunley.

Pero la suerte le era esquiva y volvió a hundirse, falleciendo toda la tripulación, incluido el propio Hunley.
Todo parecía salir mal y las dudas en los altos mandos eran cada vez mayores, pero una vez más fue reflotado: tendría una última oportunidad... y esta vez la aprovecharía.
Porque la historia tenía reservado un pequeño hueco a este submarino letal, hasta la fecha, sólo para sus propios tripulantes.

Cuentan que la noche del 17 de febrero de 1864 se adentraron en la bahía de Charleston ocho valientes dirigidos por el teniente GE Dixon.
Su objetivo era tan atrevido como ambicioso: hundir el USS Housatonic, una fragata del ejército unionista con más de 62 metros de eslora y fuertemente armada que controlaba desde hacía un tiempo la bahía.
El método utilizado para dicho ataque era más rudimentario aún que el mecanismo del propio submarino: un arpón con la punta cargada de pólvora que, al acercarse, haría estallar el barco.
Y lo consiguió, vaya si lo consiguió: el Housatonic, joya de la armada de la Unión, se hundió con su tripulación a bordo, liberándose la bahía y, de paso, convirtiéndose en el primer barco de la historia hundido por un submarino.

El USS Housatonic, primer barco hundido por un submarino.


Al fin el Hunley había salido triunfador, aunque realmente fue una victoria pírrica... 
Porque, a pesar de la proeza, seguía estando gafado y apenas pudieron saborear las mieles del éxito: la propia onda expansiva de la explosión lo hundió y con él, la tripulación.

Sería la última vez que visitaría el fondo del mar, ya que los altos mandos confederados consideraron que había sido amortizado tanto en éxito como en vidas humanas, y no volvió a ser reflotado.
Eso sí, el HL Hunley pasaba a la historia como el primer submarino en hundir un barco en combate de la historia, aunque para ello tuvo que pagar un peaje bastante grande: 21 hombres habían fallecido en el año escaso estuvo operativo, entre ellos su propio inventor.



23 de noviembre de 2014

La Barqueta en 1855





Año 1855.

Las continuas lluvias desbordaron el Guadalquivir y, una vez más, la vieja muralla almohade se ha convertido en el último bastión de Sevilla antes de que se aneguen sus calles.

Con casi mil años a cuestas, los tiempos han cambiado y poco pueden hacer ahora los gruesos muros de argamasa y tapial frente al poder destructivo de las armas modernas, por lo que su función se ha reducido a contener las aguas embravecidas durante las riadas


Tras la silueta de esbeltas almenas jalonadas por pequeños torreones en una progresión aritmética perfecta, asoman las chimeneas de fábricas y el campanario del Monasterio de San Clemente. Al fondo, se esboza la Puerta de la Barqueta.
Así lo vio el fotógrafo Louis Leon Masson, fascinado por la belleza decadente de la capital hispalense, y así lo reflejaría en una imagen que se ha convertido en un documento fundamental, ya que poco tiempo después ese lienzo de muralla sería derribado en su totalidad.
En nombre de la modernidad y el progreso llegaba el tren y con él otro muro, en este caso de hierro y acero, que ceñiría los costados de la ciudad antigua hasta hace pocas décadas. 




John Adams, el fotografiado más viejo de la historia




Sobre el año 1849

John Adams, un anciano zapatero de Pennsylvania, está a punto de entrar en la historia.
Aunque su mirada quizás sea algo asustadiza, como expectante, se ha vestido para la ocasión con sus mejores galas, adoptando una pose seria, venerable, propia de una persona que se encuentra en las postrimerías de la vida, una larga vida que rebasa ya los cien años.

No en vano cuando nació un 22 de Enero de 1745 su ciudad, Massachusetts, aún pertenecía al Imperio Británico; de hecho aún restaban más de 40 años para que los Estados Unidos lograran la independencia.
En España todavía reinaba Felipe V y la Casa de la Contratación monopolizaba desde Cádiz el comercio con unas colonias americanas que se mantenían intactas.
De haber visitado Alemania, Adams podría haber conocido a Johann Sebastian Bach, o a Voltaire en Francia... o ser el primero en desembarcar oficialmente en Australia.

Y es que, con 104 años, John Adams es probablemente el hombre más viejo, por fecha de nacimiento, jamás fotografiado.


10 de noviembre de 2014

La Iglesia del Buen Suceso


Madrid

Año 1910.

En la madrileña calle Princesa un bello edificio de estilo historicista parece haber cautivado la mirada del fotógrafo.
Se trata de la iglesia del Buen Suceso, levantada por el arquitecto Agustín Ortiz de Villajos en 1868 tras la demolición y traslado del templo original, de la misma advocación y construido en tiempos de Felipe II, que se encontraba en la zona de la Puerta del Sol.


Trazas rectas, ángulos marcados, profusión de recercados... en esta nueva iglesia se mezclan elementos neogóticos con otros propios de la arquitectura tradicional madrileña, destacando especialmente su estilizado campanario, una torre de cuatro caras que tendrá como contrapunto en el otro extremo una cúpula de dimensiones quizás algo discretas para la fastuosidad del conjunto.
Vinculada al Hospital del mismo nombre que se encontraba anexo, sufrió daños bastante importantes durante la Guerra Civil, aunque no serían las bombas quienes derribaran el templo, sino la dichosa especulación.

Así, en 1975 se inicia su demolición haciendo oídos sordos a las quejas y protestas de los vecinos, resultando un solar sobre el que se levantará un modernísimo conglomerado de hormigón, acero y vidrio. 
A juego, también en hormigón, acero y vidrio, aterrizó una nueva iglesia, también del Buen Suceso, aunque la voz popular, sabia voz popular, no quiso perpetuar en ella el nombre del bello edificio decimonónico que la piqueta había dejado en un recuerdo, rebautizándola con una advocación más acorde a su estética y forma: Nuestra Señora de Magefesa.






9 de noviembre de 2014

Adam Mickiewicz: asesinando la cultura polaca



17 de Agosto de 1940

Sobre una larga y esbelta escalera, un operario arranca de su pedestal lo que parece ser la estatua de un hombre mientras una multitud de curiosos asiste impasible a los hechos.
Estamos en la Plaza Mayor del Mercado de Cracovia, donde los nazis están destruyendo el monumento del poeta Adam Mickiewicz, uno de los grandes maestros de la literatura polaca.

No es un hecho aislado ni se están ensañando especialmente con este escritor, sino que todo forma parte de un plan tan ambicioso como atroz: erradicar para siempre la cultura popular polaca.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda, ya había comentado meses atrás que "la nación polaca no merece ser llamada una nación cultivada", palabras crueles aunque algo más suaves a decir verdad que las órdenes dadas por el propio Adolf Hitler antes de la invasión del país consistentes en "matar sin misericordia ni piedad todos los hombres, mujeres y niños de la raza polaca".


Es por ello que fueron clausurados todos los espacios culturales del país, desde bibliotecas y museos hasta cines e incluso salas de fiesta, al tiempo que trataba de borrarse la huella de los grandes nombres de la cultura local destruyendo sus obras, prohibiendo su difusión y, en el caso de Adam Mickiewicz, "escritor de escritores", derribando la estatua que recordaba su memoria.


Hasta 1955, coincidiendo con el centenario de la muerte del poeta, no fue repuesto el monumento, que había sido inaugurado curiosamente en 1898, fecha del centenario de su nacimiento.



22 de agosto de 2014

Petah Tikva, "Puerta de Esperanza"


Asentamiento Judío


Año 1912.

Un niño de corta edad observa curioso la cámara; a escasos metros otro muchacho, más austadizo, hace lo propio escondido tras la rueda de un carruaje.
A su alrededor el ambiente es apacible, se respira tranquilidad, paz... 
Estamos en Petah Tikva, una pequeña localidad situada a pocos kilómetros de Tel Aviv conocida por ser la primera colonia sionista fundada en Palestina.

Su historia se remonta a 1878, cuando un grupo de religiosos judíos cuya cabeza visible era el rabino lituano Aryeh Leib Frumkin decidieron regresar a la tierra de sus ancestros.
Inicialmente su intención era instalarse en las cercanías de la bíblica Jericó, pero el sultán otomano Abdulhamid II, receloso, les prohibió establecer en esas tierras ningún asentamiento permanente.
Lejos de desfallecer, los colonos eligieron un nuevo emplazamiento cerca de la desembocadura del río Yarkon que llamaron Petah Tikva, "Puerta de Esperanza", inspirándose en una profecía de Oseas

El pequeño poblado tuvo unos comienzos difíciles, ya que además de las duras condiciones que les fueron impuestas por los otomanos, dueños por aquel entonces de Oriente Medio, una epidemia de malaria diezmó la población, que fue evacuada en 1882.
Pero nada medraba en el ánimo de esta gente, que al año siguiente regresaban a Petah Tikva reforzados por un inesperado apoyo: el mecenazgo del barón Edmond de Rothschild, que había decidido financiar la colonización judía no sólo de este poblado agrícola, sino de toda Palestina.
Se había iniciado la Primera Aliyah o migración de judíos europeos a Israel.

Así, a finales de ese año mismo se estima que había más de 24000 judíos en Palestina. Era el comienzo de una historia que, por desgracia, hoy presenta una cara mucho menos amable que el apacible ambiente de la Petah Tikvá de hace 100 años, cuando los niños se escondían detrás de ruedas para no salir en fotografías...


10 de julio de 2014

Expoliando Santa María de Óvila


Santa María de Óvila
Fuente Imagen: Sacred Stones
Año 1930.

Unos obreros amontonan grandes sillares de piedra alrededor de un patio; al fondo asoma lo que parece ser la arquería de un antiguo claustro.
Son las ruinas de Santa María de Óvila, en Guadalajara, un monasterio cistercense del siglo XII que, literalemente, está siendo desmontado para su traslado a Estados Unidos.

Fundado en tiempos de Alfonso VIII de Castilla en la comarca del Alto Tajo, alcanzó relativa importancia durante la Baja Edad Media aunque con el paso de los siglos se sumió en una profunda decadencia hasta el punto de desaparecer como tal en el siglo XIX.
El abandono se apodera entonces de las viejas piedras cistercenses hasta 1928, cuando el banquero Fernando Veloso lo compra al Estado por 3000 pesetas para incorporarlo a la enorme finca de recreo que estaba conformando en la zona.

Pero otro hombre de negocios pone su punto de mira en el cenobio: hablamos de William Randolph  Hearst, un magnate de la prensa estadounidense que adquiere varias partes de Óvila con la intención de reconstruirlas en su mansión veraniega de Vina, en California.
Ocho siglos después el viejo Monasterio no sólo cambiaba de dueño, sino que era trasladado a miles de kilómetros de distancia poniendo todo un océano por medio.
Una parte de la Historia y la Cultura de España era empaquetada en cientos de cajas  de madera como simple mercancía para lucro de unos y disfrute de otros. 

Fuente Imagen: Sacred Stones

En nuestros días las piedras arrancadas a Santa María de Óvila forman parte de la Abadía de New Clairvaux, en California.

Hearst no pudo lograr su objetivo por una serie de problemas burocráticos primero, económicos después, por lo que en un nuevo atropello las cajas donde se transportaba el Monasterio saqueado permanecieron amontonadas durante décadas en un parque.
Y allí seguirían de no ser por los monjes de esa abadía californiana que, quizás por conciencia patrimonial, quizás por compasión hacia los viejos sillares de piedra, quizás por ambas cosas, reconstruyeron las antiguas estancias cistercenses integrándolas en su complejo religioso que, con el tiempo, se ha convertido en uno de los más importantes reclamos turísticos de la zona.  

A miles de kilómetros, en Guadalajara, unas ruinas se levantan a escasos metros del río Tajo: es lo que queda de Santa María de Óvila, lo que no expolió Hearst, lo que resiste al abandono, a la desidia y, de momento, a la ley de la gravedad.
Detalle curioso es que, a pesar de su precario estado de conservación, estas piedras son Monumento Nacional desde 1931... un año después de haber sido expoliado el Monasterio
Sin duda, un sinsentido.
Otro más...


Monasterio Cistercense
Fuente Imagen: Wikipedia